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lunes, 30 de marzo de 2009


Diana Ostáriz, de 29 años, es la mayor promesa aragonesa en doma clásica de caballos. Acumula varias medallas ganadas en campeonatos de España y victorias en pruebas a nivel Gran Premio, máxima categoría del deporte, que alcanzó en 2001. Hace seis años, en su mejor momento, decidió retirar al caballo que le había dado todo y volver a empezar de cero, escalando niveles. “Soy muy sentimental”, confiesa al explicar que le “apetecía retirarlo joven, porque si lo exprimes hasta más mayor después el caballo no está saludable”.

Este mes de febrero, lo tenía todo planeado para competir con varios caballos en el único internacional del año en todo el país, que le abriría las puertas para el Campeonato de España. Pero mientras entrenaba, se cayó del caballo. Fractura de dos vértebras lumbares y aplastamiento. Por suerte no le afectó a la médula, pero la ha obligado a estar cincuenta días en absoluto reposo.

P.- ¿Cómo es tener que pasar todo el día en la cama después de años dedicando doce horas diarias a los caballos?
R.- Ha sido terrible, esto no se lo deseo a nadie. Yo trabajo prácticamente los siete días de la semana. Intento descansar un día, pero si tengo competición no lo hago. Estoy siempre al aire libre, con animales, con frío, me mojo... Y nunca tengo catarros ni gripes, no estoy ni un día en la cama por una fiebre ni nada. Estoy harta de estar aquí y pensar en los caballos, qué estarán haciendo, cuándo voy a volver a competir...

P.- ¿Qué le supone perder dos meses?
R.- Este año había planificado hacer el internacional en Cádiz, eran tres semanas y el concurso que más puntos valía. Prácticamente sólo el participar me aseguraba estar en el campeonato de España. Me podía permitir el resto del año estar en casa tranquila, trabajando con mi entrenador, sin tener la obligación de salir a competir. Porque mientras estás compitiendo no estás entrenando a tu caballo, y son riesgos, gastos, mil cosas.

P.- ¿Ha perdido la oportunidad de alcanzar el nivel que quería para final de año?
R.- El año que viene espero poder subir a mis caballos a nivel Gran Premio. Siempre puedo irme a un concurso internacional fuera, pero éste es el único en España en todo el año. Éste iba a ser el escaparate, me costó un disgusto porque iba a ir con un montón de caballos, ya tenía preparado todo, desde los billetes hasta las inscripciones, el transporte de los caballos... una movida que para qué. Faltaban dos o tres semanas cuando me caí. Me fastidió bastante porque me apetecía mucho ir. Para poder llegar al nivel a final de año, la Federación te exige algún concurso fuerte.

Me hacía ilusión porque es un deporte muy duro, muy sacrificado y muy poco grato. Era el momento de poder ir, pero ahora toca esperar otro año, y a saber si el año que viene puedo o no. Pero no pasa nada, porque si tengo resultados fuera de España, también lo van a ver.

P.- En una disciplina tan dura como la doma clásica, esta lesión debe de ser como un reto más.
R.- Sí, yo me lo tomo así porque este deporte es muy sacrificado. Montar un caballo es un deporte de equipo. Si yo salgo a la pista y mi caballo tiene un mal día, adiós. Es un animal, y es imprevisible. Aunque meta muchas horas, cuando salgo a competir no sé nunca lo que va a pasar, porque no depende sólo de mí. Yo controlo mi parte, pero no la de abajo. Por eso tengo que estar siempre al cien por cien.

Así que estamos muy acostumbrados a sufrir. Puedo llegar a un concurso después de un año entrenando, y de repente una señora ha sacado un abanico, se me ha espantado el caballo, se ha salido de la pista y me han eliminado. Estamos tan acostumbrados a esas cosas, que esta lesión es una más. Así que ya está, a curarlo, precisamente porque esto sí depende de mí. Cuando vuelva, haré un planning de competición y lo enfocaré de otra manera.

P.- ¿Se vé capaz de volver a llegar al máximo nivel?
R.- A mí me haría mucha ilusión, porque hay mucho trabajo. Soy muy competitiva, me esfuerzo muchísimo por ganar, hasta en el parchís. Y sobre todo porque aposté desde muy pequeña, mi familia se involucró, se fió de mí, y se han sacrificado igual o más que yo. Apetece como recompensa, porque la equitación a nivel de competición es llorar 364 días, y sólo uno ser tan feliz que se te olvidan los demás. Si un día pudiera ver todo ese esfuerzo recompensado yendo a una olimpiada o a un campeonato del mundo, me haría mucha ilusión. Yo voy a seguir peleando por intentar estar ahí.

P.- Tiene la ventaja de que los resultados son más a largo plazo que en otros deportes.
R.- Sí, y gracias a Dios tengo un buen entorno, con una ayudante magnífica y unos propietarios comprensivos. Porque lo que quiere el propietario es que su caballo esté en competición para que la gente lo vea. Cualquier otro podría haber dicho: “Si vas a estar dos meses sin poder funcionar, prefiero llevarme al caballo con otro jinete para que esté competiendo”. Pero son muy fieles, en ese sentido no me puedo quejar nada. Porque a veces es complicado tener buenas relaciones en el mundo de los caballos. Es difícil encontrar propietarios comprensivos. Para muchos es un negocio y no son pacientes, quieren resultados rápidos y eso con los caballos es imposible.

P.- El mundo de los caballos es difícil, pero está tratando de hacérselo más fácil a quienes les guste la doma clásica y no puedan irse, como usted hizo, fuera de Aragón.
R.- Sí, yo tenía la espinita de que cuando decidí dedicarme a los caballos no pude quedarme aquí. En Aragón hay muchísimo centro hípico, y disciplina de salto, pero de doma clásica no había nada. Yo me fui, pero soy consciente de que no todo el mundo puede hacer eso. Hay gente que no quiere dedicarse profesionalmente a la doma clásica porque no puede, pero sí que le encantan los caballos, la disciplina y le apetece intentar, dentro de sus posibilidades, montar lo mejor que pueda. Y hacer eso, hasta ahora, era impensable.

Cuando volví de Alemania dudé mucho, porque sabía que igual mi futuro estaba en Barcelona, Madrid o Andalucía. Porque en Zaragoza no hay ni una sola competición, el año pasado fue la primera vez que hicieron un concurso. La mayoría de mis alumnos no compiten ni quieren competir, y no me importa. Me gusta ver que ellos se ponen metas, y quieren ir cada vez mejor. Hacemos juegos escolares y para ellos eso es suficiente. Tengo mucha gente que pasa de los cuarenta y tienen su negocio, pero les apasiona. Con eso me conformo, no tiene porque gustarle competir a todo el mundo, ni cualquiera vale para competir.

P.- ¿A usted le gusta realmente pasar toda la presión que suponen los concursos?
R.- A mí no me apasiona ir de competición. Me he acostumbrado a competir desde pequeña, lo necesito para ganarme la vida, porque si no ven mis resultados no me traen caballos para domar. Yo estoy cómoda en casa, pero como me toca ir, voy. La gente que me ve desde fuera dice que cuando entro en el cuadrilongo me transformo, que me vuelvo supercompetitiva, monto de otra manera, pongo cara de loca... (risas). Me lo tomo muy en serio, porque sé que hay muchísimo detrás de esos cinco minutos que voy a montar. Cuando salgo, soy yo otra vez. Igual, si no me dedicase profesionalmente a esto, no haría nunca un concurso. Porque además son muy ingratos, es disgusto tras disgusto, depende de quién te toque juzgando.

P.- ¿Cree que la caída puede provocarle miedo o inseguridad a la hora de volver a montar?
R.- Qué va. Aunque me corten las piernas y me pongan dos palos, yo voy a seguir montando. La gente que me conoce sabe que yo me muero sin montar un caballo, así que para nada. Estoy deseando volver y montar, además, al caballo que me tiró.

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